
Por La Pipi, de Caseros
Otra vez en La Plaza. Otra vez
cruzando sonrisas, alegría y esperanza con “los desconocidos de siempre”. Otra
vez estando en La Plaza -que es el mismo espacio simbólico si se trata de la Plaza
de los Dos Congresos o de la Plaza de Mayo- y dándome cuenta de que siempre
fluctúo entre dos “estados” -dos formas de estar- que llamaré a uno como
inmanente y al otro como trascendente.
El primero es tan visceral que
siento que soy todas las personas que estamos allí. Se desdibuja la
individualidad y, por lo tanto, no siento conexión con lo que allí está
pasando, no soy algo que se conecta con lo que le pasa a otros porque siento
que “todo es uno y lo mismo”. No decido cantar o aplaudir o llorar. Lo hago
porque irrumpe. Porque lo siento. Y lo siento tan fuerte que en algún momento
me doy cuenta de que estoy ahí, con todos, sintiendo eso y entonces aparece el
otro estado, el trascendente.
Al momento trascendente lo
defino como aquel en el cual me doy cuenta de que ese sentimiento, esa forma de
estar, ese estado, nos trasciende, nos atraviesa, a todos los que estamos ahí.
Es el momento en el cual me separo un poco para mirar los detalles del cuadro
general. Miro cada individualidad y veo los gestos, los movimientos, los
colores, los estilos, las edades, las consignas, las banderas y veo que, a
pesar de todas las particulares, lo que irrumpe es lo mismo: una misma
convicción sentida desde las entrañas. Dimensiono esto y pienso: que lo parió,
que esto no se acabe nunca. Los ojos se me llenan de lágrimas y entonces vuelvo
al estado anterior, el inmanente, cantando: “¡Llora, llora, llora la derecha,
porque los pibes estamos de fiesta, les vamo' a demostrar, que Néstor no se
fue, volveremos a ganar, gorila no volvés más!”. Y, mientras canto, agradezco
con la fuerza de mi voz a Néstor y a Cristina el darnos todo esto que, de
nosotros depende, puede no acabar nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario