por Jorge Giles
Ya está. Ya juró la Presidenta, ya juraron y asumieron
los ministros y los secretarios de Estado, los diputados, los senadores y los
comuneros.
Ya está. Ya pasó al olvido Cobos y los que se rasgaban
las vestiduras con las “instituciones de la república” mostraron nuevamente sus
miserias y su desprecio por esta democracia que el proyecto nacional y popular
recuperó para grandeza del pueblo y la nación.
De esa mediocridad opositora no habrá que esperar
fulgores democráticos. No están a la altura de las circunstancias de la
historia y sus asuntos.
Ya está. Ya el pueblo recuperó las calles y la Plaza
defendiendo la alegría.
Y aquí me quedo un rato.
Aquellos hombres y mujeres que cubrieron el ancho de
la Avenida de Mayo, la que va de Congreso hasta Plaza de Mayo, aquellos que
pudieron ingresar al recinto del Congreso y al Museo del Bicentenario, aquellos
que miraban y lloraban y aplaudían y cantaban cuando alguien avisaba “ahí viene
Cristina”, aquellos que se reencontraban después de mucho tiempo en un abrazo
interminable y con la frase a flor de labio “pero mira dónde te vengo a encontrar”
y el otro y otra que le dice “¿Y dónde iba a ser sino aquí?”…aquellos que
entonaban “madres de la plaza, el pueblo las abraza” y las madres que agitaban
sus manitas con ese gesto de amor que es una marca argentina, aquellos que
mojaban sus pies en la fuente de la Plaza y resguardaban a sus niños de ese sol
más peronista que nunca, o más kirchnerista si prefiere un término más
abarcador, aquellos que miraban desde su casa, desde una confitería o desde una
pantalla gigante en uno de los cientos de actos de La Quiaca a Tierra del Fuego
y vieron las lágrimas de la Presidenta una y otra vez y lloraban con ella a
distancia y que cuando juró Oscar Parrilli y Cristina lo llamó “el otro
arquitecto del Bicentenario junto a mí” supo que ese era el hombre que los hizo
tan felices en aquel histórico Mayo del 2010, en ese Paseo azul y blanco,
cuando aún estábamos todos, es decir, cuando aún estaba Néstor, el flaco que
batía palmas y reía melancólicamente como despidiéndose, aquellos que
replicaron en millones el llanto de Alicia Kirchner y Cristina en el
juramento…aquellos hombres y mujeres, los hijos olvidados de la tierra, también
sentían que asumían el gobierno y disputaban alegres y protagonistas el nuevo
rumbo de la historia.
El kirchnerismo es el hecho maldito del país
corporativo.
Asumirlo así, enamora a una generación y a dos y a
tres también. Por eso miles de jóvenes en las calles vivaban a Cristina.
La rebeldía, cuando abunda, junta pueblo y gobernantes
en un clima de alegría que sólo calza con su porte.
Pasó este 10 de diciembre. El
día que asumimos todos.
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