lunes, 22 de agosto de 2011

¿Hay que quemar los papeles?

Hace apenas unos días, antes de las elecciones primarias, publiqué en este blog una nota en la que analizaba el futuro del kirchnerismo y que sería de él, o, más bien, que sería más probable que le deparara el futuro. Pues bien, hoy no estoy tan seguro de todo eso que propuse.

Estoy convencido de que, en esencia, ese es el espíritu de la reforma política: la consolidación de los grandes partidos (básicamente, dos, aunque el radicalismo tiene que remar mucho para pararse como la alternativa al peronismo hoy por hoy) y que dentro de estos partidos se diriman las tendencias. Alguno podría decir “bueno, pero ¿hasta qué punto Duhalde o Menem son parte de un movimiento nacional y popular como el peronismo?”. Y yo también me lo permitiría dudar, pero, en fin, justamente para eso estarían las internas, para dejar en claro quien realmente representa a esa fuerza política y los pilares que la sostienen y la hacen lo que es. Dicho de otro modo, es la gente la que tiene que ponerle los puntos a quien quiere ocupar un lugar al que no parece pertenecer, o premiar a quien se acerca a lo que esa sociedad interpreta que significa esa fuerza política. La crisis política en Argentina tiene mucho que ver con esto: todos los partidos se pueden parecer, al punto de que fuerzas en principio populares como el peronismo (casos Menem o Duhalde), el radicalismo (diría que desde Yrigoyen para acá, casi todos) o el mismo socialismo (Binner, que no puede disimular sus buenas relaciones con las corporaciones de medios y sobre todo la agropecuaria) pueden tener visiones muy conservadoras de su rol como tales fuerzas políticas, muy limitadas y hasta si se quiere, pacatas. Me acuerdo de un ejemplo que ilustra muy bien este punto: Pino Solanas, en el debate porteño del 2009, atacó al macrismo por dos cosas fundamentales, una, los prostíbulos. La segunda, el aumento del ABL, que es probable que haya sido la medida más progresista del macrismo desde que llegó al poder en 2007.

El kirchnerismo tiene algo que no tiene el resto, y es esa suerte de irreverencia, la intransigencia que a tantos –ajenos y también propios– incomoda. Es cierto que uso palabras un tanto exageradas, pero visto desde la perspectiva de lo que han sido los gobiernos desde 1983, el gobierno parece ser trasgresor por el mero hecho de ejercer el poder, que, claro, es lo que le corresponde a fin de cuentas porque para eso está la democracia representativa. Es cierto, y lo sostengo aún, que los medios tienen la capacidad de crear una situación aparente, que en muchos casos es exagerada y en otros es directamente inventada, como el caso “Argentina, país inseguro”, y que en esa coyuntura los gobiernos ganan estabilidad cuanto más demagogos son. Pero el precio de esa demagogia existe, y el gobierno actual ha sabido equilibrar –con sus errores, claro, pero fundamentalmente con sus aciertos– hasta que punto dar rienda a los deseos caprichosos de nosotros, el pueblo, sin perder su autonomía. Para el caso, en la nota anterior ponía como ejemplo lo de los gendarmes o los patrulleros en la calle, que ya sabemos –a menos que seamos demasiado ingenuos– que no van a llevar a cero los casos de homicidio y los consecuentes rebotes televisivos.

Me permito, entonces, dudar de la idea de que el kirchnerismo es hoy la fuerza del orden, y que la gente ha elegido esa fuerza del orden. Dicho en otras palabras, lo que algunos definen más o menos así: a la izquierda del kirchnerismo no hay nada porque tampoco lo hay a la derecha, en tanto el oficialismo hoy triunfa porque a fin de cuentas triunfan todos los oficialismos cuando las cosas andan bien.
Es una interpretación conservadora, y está bien, porque de todos modos todos hablamos de algo que no conocemos: la voluntad de cada uno de los que eligen. Pero yo no la comparto del todo, precisamente por ser una interpretación conservadora aplicada a un gobierno que no cumple con los requisitos de un gobierno conservador “hecho y derecho”.

En todo caso, el problema acá está en plantear que o bien hay un conservadurismo, o hay una auténtica revolución. Algo parecido a lo que sucede con las izquierdas respecto a la negación del peronismo como movimiento revolucionario; todo depende de cómo uno define el juego y el tablero, y cuantos grises se permiten entre las fichas blancas y negras. Porque uno bien puede recortar la historia, y decir que de la boca de Perón salieron palabras como, por ejemplo, aquellas cuando llamaba al pueblo a empuñar las armas contra los asesinos que bombardearon la Plaza de Mayo:


El reciente resultado de las elecciones primarias es demasiado contundente para liarlo así como así a los resultados de las elecciones provinciales o distritales del presente año. Las únicas comparables en número incluyen al oficialismo (caso Salta). Ahora bien, cuando miramos los resultados de las elecciones en el resto de las provincias, en casi todas excepto la Ciudad de Buenos Aires (dónde, aún así, Macri necesitó el ballotage para completar el triunfo) la oposición tuvo una arremetida oficialista que sorprendió: en Catamarca directamente el oficialismo le ganó a un Frente Cívico que venía ganando hacía veinte años, en Tierra del Fuego Bertone ganó la primera vuelta holgadamente y por muy poco no se quedó con la gobernación, en Chubut hubo que volver a votar en algunos pueblos y ciudades por lo apretada de la elección. Los otros dos casos en los que la oposición ganó fueron Santa Fé y Córdoba. En el primero ganó el binnerismo, actual oficialismo, por muy poco sobre un candidato testimonial como Miguel del Sel. Y en el segundo ganó De la Sota sin definirse por alguno de los sectores en los que se divide hoy el justicialismo nacional, y apostando a sumar el voto kirchnerista, lo que se desnuda con los resultados de las primarias.

Es decir, me permito dudar de la idea de que la gente vota a los oficialismos, y que una sólo una intensa minoría valora el rol político del gobierno. Porque el tema es… ¿y qué tal si no es exactamente así? Quiero decir, ¿qué pasa si en realidad hay un voto más complejo, que va más allá de “pagar el plasma y ver a Tinelli” y tiene que ver con el reconocimiento del ejercicio del poder político del gobierno? Hace rato que me resisto a la idea de que hay un estilo K, sino que más bien lo que trajo el oficialismo bajo el brazo es la decisión de hacer cosas cuando lo cree conveniente y ejercer el verdadero poder político, lo que nadie hizo desde que la democracia fue asaltada y ultrajada por la última dictadura militar. Ha sido así también con Kirchner casi inmediatamente luego de ganar las elecciones de 2003, no es un fenómeno post 2008: el pago al FMI, el no al ALCA, la reivindicación de los desaparecidos y la bajada del cuadro de Videla, la ruptura con Duhalde, entre otras cosas, muestran el carácter no tan pragmático del kirchnerismo. ¿Quién puede creer que bajar el cuadro de Videla apenas un año después de asumir el gobierno con 55% de pobres y 25% de desocupados paga políticamente? ¿Alguien puede creer seriamente la gilada esa de “los Kirchner se apropiaron de los DDHH porque les conviene”?

Si uno lee la historia completa, la “victoria de los oficialismos” está acompañada de un crecimiento importante del oficialismo nacional en todas las provincias. Hay gente que dice “yo estoy con este gobierno”, una situación que no sucedía cuando el pragmatismo del elector invitó a votar a Carlos Menem en 1995. Hay una militancia joven novedosa, inédita para los últimos años de recuperación democrática. Es decir, hay fenómenos que diferencian notablemente este momento del conformismo menemista, o el mismísimo voto conservador a Kirchner cual “chirolita de Duhalde”, a decir de Mariano Grondona, en 2003. Y, sobre todas las cosas, hay un gobierno que, literalmente, se pelea con los que cuentan las “verdades” del día a día al tipo de a pie, y aún así un 50% y algo más de la población le da su apoyo.

Lo que está escrito en los libros ahora corre riesgo de quedar obsoleto. Quizá no es que el oficialismo tenga que acostumbrarse a períodos más conservadores. Quizá lo que venga sea la necesidad –inédita, diría, y a la vez saludable– de reconfiguración de una oposición que revalorice el rol de la política y se dé su lugar por encima de ese “sentido común” etéreo que estamos (mal) acostumbrados a tragar, independientemente de sus bases ideológicas, y por encima de las corporaciones que juegan el juego de la política en la periferia del tablero.

Publicado por: Patricio

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