Publicado por Gato
Resulta necesario decir algo. Moyano no es el
enemigo. Tampoco lo es la CGT. Ni Scioli. Ni siquiera Clarín lo sería si la
escalada no hubiera llegado a los límites a los que llegó. Sucede que en el
punto en el que se encuentra la pelea mediática es imprescindible llegar hasta
el hueso. Sino los que van a llegar hasta el hueso son ellos. En una disputa de
ese nivel no se olvida. La mafia tiene memoria. Por algo, hoy, para “la Corpo”,
Moyano es casi rubio y cubre el rol de virtual jefe de “la opo”.
Pero el tema de hoy es el discurso de Moyano
en Huracán. Fue duro. Se esperaba que así fuera. Pero no es el enemigo de todos
modos. No hay que ponerlo en ese lugar.
Enemigo es la Rural. Los que están contra la
política de derechos humanos. Los traidores potenciales de dentro. La derecha
pura y dura (más allá de transas o conveniencias circunstanciales). Los grupos
concentrados de la economía. El resto son adversarios coyunturales. No enemigos.
Es cierto que Moyano eligió quedarse con la
alusión de Cristina a las maniobras extorsivas y no al agradecimiento que hizo
a todos aquellos que pusieron el cuerpo en las calles cuando los enemigos
reales venían degollando. Fue una decisión política recoger ese guante. Bien
Cristina en no salir a responder y, de ese modo, no darle más pasto a las
fieras.
No hay que pecar de ingenuos. Acá se está
disputando poder, política. Ni más ni menos que eso. No es casual que Moyano
haya hecho referencia al 54% y haya dicho que la mitad de ese porcentaje
pertenece a los trabajadores. Sabe que CFK, como debe ser, está haciendo pesar
ese 54%. Está marcando la cancha. La victoria otorga derechos. Y se los está
haciendo valer. Cuándo hacerlo sino?
Las tensiones son inevitables cuando se
ejerce el poder. Los roces son parte del asunto. El tema es que la sangre no
llegue al río.
Además, Cristina necesita ratificar su lugar
de poder. Posicionarse como referencia del mismo. Ser el eje.
No hay que olvidar que el peronismo funciona
así. Ocupando los espacios. Disputándolos. Haciendo sentir el rigor. La fuerza.
El poder del número para imponerse. Y ambos lo hacen. Cada cual a su manera y
con las herramientas de las que dispone.
El kirchnerismo juega más cómodo en el fragor
de la pelea. Necesita construir rivales de referencia para espejarse. Para
hacer, en términos boxísticos, sombra. Guantes si escala la disputa. Piñas si
es preciso. En ese contexto funciona mejor. Medir fuerzas para imponer
condiciones. Es peronismo. Nada se hace con buenos modales.
Debe tenerse en cuenta que no se vislumbra
una oposición político partidaria clara. A lo mejor en los próximos años se
configure en el polo que se aglutine alrededor de Macri. Ese espacio si puede
ser el enemigo.
Hasta el momento, o son las corporaciones o
son internas del peronismo. El kirchnerismo sufrió esa carencia de oposición
concreta en el final del gobierno de Néstor y el principio de Cristina. Esa
ausencia conduce a bajar la guardia. A no estar atento. A conflictos como el
del campo.
Por lo tanto, esta refriega con Moyano puede
ser útil. Debe serlo. En caso contrario, la experiencia histórica no habrá
servido de nada.
La alianza del peronismo con la CGT fue
históricamente compleja. Nunca fue sencilla. Hay que asumirlo. En un movimiento
de las características del peronismo no hay homogeneidad de posiciones.
El asunto es si solo se trata de una cuestión
coyuntural de disputas por poder o si existen cuestiones de índole personal que
también pesan. Se ha dicho. Entredientes. Sin levantar demasiado la voz. Pero
si hubo algo de todo lo que se dice en La Última Noche del Líder, la relación
personal no tiene retorno. En el peronismo tampoco se olvida.
Es imposible conocer la trascendencia y la influencia
del mundo privado. Hay que ver hasta donde repercute en la relación
institucional entre el Gobierno y la CGT. Es de esperar que la lección de los
70 haya sido aprendida.
Más allá de las tensiones
estrictamente coyunturales, de gustos, de afinidades políticas, es perentorio
tener conciencia de que el enemigo está en otro lado. De no ser así, nos
morfan. No hay que dejar el espacio para que eso pase. Lo están esperando hace
años. Y bien sabemos que, de ser así, perdemos todos.
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