El Argentino,
jueves 17 de noviembre de 2011
Llovía a cantaros ese 17 de noviembre de 1972.
El militante se había empapado ya la noche anterior,
llevando y trayendo las banderas y los bombos al local del barrio.
La alegría y la emoción se mezclaban con el regreso de
Perón a la patria.
El frío en los huesos no contaba. El mate cocido
caliente remediaba todo.
Los compañeros iban llegando para marchar de allí
hasta Ezeiza.
Pero debía cambiarse esas zapatillas antes de largar
la marcha
Repasaban una y otra vez las instrucciones del Movimiento
y la JP.
El documento de identidad. Papel de diario. Fósforos.
Pan y dulce.
El listado de los compañeros. No caer en ninguna
provocación y avanzar organizadamente.
El militante tiritaba de frío con los pies mojados.
Corrió a cambiarse y volvió al instante con un nuevo
calzado: un par de impecables mocasines.
Sus amigos lo gastaban por su facha de flaco
militante, de campera militante, de mirada militante, de conducta militante y
de zapatos mocasines a tono para una gran fiesta.
El cielo no mejoraba. Y ellos marchaban alegres hacia
Ezeiza.
La columna se engrosaba en cada barrio. Retenes
militares por aquí y por allá, pero nada ni nadie los podía detener.
El repertorio era incansable: el Himno, la Marchita,
consignas populares y de tramo en tramo un “Viva Perón, carajo” que venía desde
lejos.
Arriba del avión también se cantaba. Pero la tensión
crecía.
Perón le dio instrucciones precisas al Chacho
Pietragalla, de la JP.
“Por si las moscas”, le dijo. Y le enseñó las armas.
“¿Y si lo quieren apresar, General?”
“Habrá que resistir” respondió Perón a Juan Manuel
Abal Medina a poco de bajar en Ezeiza.
Los encerraron en el Hotel del Aeropuerto.
La dictadura esperaba una rendición total de Perón
ante Lanusse.
“Vamos a salir de acá, así el pueblo se entera que me
tienen preso” ordenó Perón.
“No me obligue a disparar” dijo un comisario a cargo
del cerrojo.
Perón avanzó igual. Lo escoltaban Cámpora, Rucci y
Abal Medina.
Llegaron a la casa de Gaspar Campos.
Los muchachos, dispersos entre los bosques y el río,
reagrupaban fuerzas hacia allá.
“La Casa Rosada cambió de dirección, está en Vicente
López por orden de Perón”.
Sale el sol. Y Perón habla desde una ventana a esa
multitud: “Compañeros…gracias…siento una inmensa satisfacción al presenciar la
calidad humana de nuestra juventud…cuando un país puede confiar en su juventud
debe sentirse orgulloso de su futuro…el mañana es de ustedes…quiero entregarles
un consejo: la fe de ustedes debe ser inquebrantable”
El militante señaló sus mocasines ya destartalados por
el aguacero y comentó por lo bajo:
“¿Vieron quién es el único que vino correctamente
calzado para esta fiesta?”
Así nació el Día del
Militante.
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