Por Eduardo
Aliverti
No
es que nunca se vio, sino todo lo contrario. Pero la insistencia de chocar contra
la misma piedra es digna de respeto.
Aunque
ya venía amenazando poco antes de las elecciones, el clima de que "algo
anda mal" no tardó ni un par de días en expandirse tras el 54 por ciento.
El vehículo fue, es y será, cada vez que pueda o tenga que ser, el dólar como
pasión argentina; como refugio hacia el cual escapar, o en el que guarecerse
por si las moscas, según la convicción de sectores de una clase media que es la
destinataria exclusiva del humor mediático. En la creación o amplificación de
atmósferas conflictivas, importa tres pitos lo que ocurra con aquellos cuyo
poder adquisitivo tiene nada que ver, en forma directa, con la cotización de la
divisa estadounidense. En los grandes medios que motorizan expectativas
desfavorables no existen ni la estabilidad del empleo, ni la asignación
universal por hijo, ni el impacto de ésta en los índices de escolaridad, ni que
precios crecientes no es igual a precios altos. Ni, menos que menos, los
indicadores populares de que la política volvió a sentirse como algo que no
discurre, necesariamente, por su sujeción a los agentes del poder económico.
Esto no significa cargar culpas o responsabilidades decisorias en el papel de
la prensa opositora; ni ignorar que en efecto hay dificultades en el flanco
externo de la economía, por mucho que "problemas" y "algo anda
mal" no sea la misma cosa. Es cierto que las importaciones crecen más que
las exportaciones y que lo girado al exterior por las multinacionales se
incrementó, porque también lo hicieron sus ganancias y por los requerimientos
de sus casas matrices debido a la crisis financiera mundial. Es cierto que eso
debe reubicar el alerta por el grado de extranjerización de la economía
argentina. Y es cierto que el gobierno argentino, como lo explica Enrique Martínez
en un análisis de circulación electrónica, cometió un error. "Reglamentar
la compra de dólares, aun en muy pequeña cantidad (...), avivó fantasmas del
pasado sin necesidad y, rápidamente, fue aprovechado por quienes quieren
sabotear esta política con una intención muy clara: conseguir que Argentina
tome deuda externa nuevamente, y reinicie la rueda perversa que ya sabemos a
dónde conduce (...) Un error que en política no es admisible: tomar una
decisión sin prever qué hará el adversario sobre ella. La prensa hostil, más
varios operadores cambiarios, reaccionaron con agilidad y sembraron el temor,
porque en ese burbujeo es donde más ganan." Basta citar alguna cifra, como
la que habla de que los exportadores sojeros, desde hace alrededor de dos semanas,
liquidan un 40 por ciento menos de lo que les corresponde impositivamente. Y
también es cierto, como especifica el titular del INTI, que debe diferenciarse
a quien guardó o guarda dólares en el colchón de quien busca colocarlos en un
banco del exterior, usualmente por una vía irregular. "Cierta prensa
malintencionada llama a ambas cosas 'fuga de capital', cuando en rigor sólo la
segunda lo es. La primera forma de ahorro les quita recursos a los bancos, pero
eso es mucho menos grave que llevarse el dinero fuera del país."
En
línea análoga con esos manipuleos mediáticos, el recorte en los subsidios del
Estado a las empresas de servicios públicos, como a compañías financieras y de
seguros, juegos de azar, puertos y aeropuertos, etcétera, fue presentado cual
demostración del estrangulamiento que atravesarían las arcas fiscales. La
impertérrita gata Flora sale a escena una vez más, tras su insistencia de hace
tiempo con lo imperioso de que el Gobierno recorte ese tipo de beneficios.
Ahora que lo hace, por las cuentas requirentes de ajuste pero en un marco que
puede impedir su traslado a las porciones sociales más desprotegidas, resulta
que es símbolo de soga casi al cuello.
En
sentido más universal acerca de las andanzas discursivas de la derecha, no sólo
en plano periodístico, en Página/12 del martes pasado hay una excelente
entrevista del colega Javier Lewkowicz a Pablo Bortz, economista argentino de
la Universidad Tecnológica de Delft, Holanda. La nota merece ser leída en su
totalidad porque, tanto desde la sencillez explicativa como por los datos y
conclusiones que brinda Bortz, echa muy buena luz estructural sobre la presunta
insensatez del "rescate" que la Unión Europea le (se) propone para la
caldera griega. Pero el remate, sobre todo, es neurálgico. A la pregunta de qué
efecto produce a nivel político la crisis económica, Bortz señala que "los
partidos de ultraderecha, que luego de la Segunda Guerra Mundial no tenían gran
relevancia, ahora han crecido en muchos distritos hasta ser, casi, opción de
gobierno (...) La derecha hizo (...) un discurso muy inteligente. Si en
Argentina apela a 'Doña Rosa' (bueno, podría decirse que apelaba), en Holanda
inventaron a 'Hank y Greta', una pareja cincuentona que 'paga impuestos para
que en las universidades estudien vagos y los extranjeros les quiten el trabajo
a los nativos' (...) Dicen que Grecia es el ejemplo de descontrol fiscal, se
quejan de 'los vagos griegos', pero Grecia no paga en pensiones, como
porcentaje del PBI, más que Alemania o Austria. En cambio, los griegos trabajan
un 40 por ciento más, en horas, que los alemanes y los holandeses". Y
entonces sigue el apunte que, como bien dice Bortz, nadie menciona.
"Grecia tiene un importante gasto militar, (...) por el conflicto con
Turquía por Chipre. Y no por casualidad, sus principales proveedores de armas
son Alemania y Francia. De hecho, (...) hubo un rescate de 100 mil millones de
euros, condicionado a que Grecia compre 20 mil millones en armas."
¿Esto
vendría a ser el "anarco-capitalismo financiero"? No, esto es capitalismo
en el más puro de sus estados. El periodista podría observar, acerca de eso, un
matiz de diferencia con el discurso impactante que dio la presidenta argentina
esta semana, en Francia, durante la cumbre de los desarrollados más los
emergentes. Vale reparar, como marcaje excedente de la nota de color, que
volvió a prescindir de hasta un mero ayudamemoria como sostén de su oratoria
excepcional: imaginemos, por un segundo, que delante de esa crema de
presidentes y primeros ministros hubiera tenido que exponer cualquiera de los
espectros de nuestra oposición. Fuera de eso, Cristina ratificó su confianza en
el sistema, aludiendo a la necesidad de un capitalismo más serio que, en vez de
controlar a los países a ver cómo ajustan, regule a los que verdaderamente
deben regularse. Obama y Sarkozy se rindieron mediáticamente a los pies de esta
jefa de Estado que les chanta en la cara cuánto están equivocándose, pero asoma
alguna dosis de ingenuidad --de cínica brillantez, es probable-- en la
pretensión de que se corrijan. La mirada o demanda del suscripto es un tanto
rebuscada, políticamente hablando, porque la correlación de fuerzas
internacional es la que es. Debería bastar con que Cristina llegó hasta el
límite de correrlos por izquierda. Pero si pasamos a lo ideológico, estaría
claro que el capitalismo ya no tiene respuestas de justicia social y que se
impone una instancia superadora. Un foro como el G-20 no da para decir eso, con
toda seguridad. Jamás debe perderse de vista la distancia abismal entre la responsabilidad
de un líder político y las facilidades de un comentarista. Y por lo pronto, se
advierte en el discurso presidencial la idea subyacente de que, así como están,
no van a ninguna parte que no sea horrible para la mayoría y las mayorías de
los pueblos. Cristina es lo más a la izquierda que haya surgido de mucho tiempo
a esta parte, en este país y en el subcontinente, desde una concepción de
estadista respetada. Y encabeza aquí la única herramienta política que, hoy por
hoy, es capaz de consolidar un rumbo de reparación para esas grandes mayorías,
sin que eso quiera decir más que eso.
A
la hora de fijarse o alarmarse por el barullo con la compra autorizada de
dólares, sin ir más lejos, es mejor tenerlo en cuenta porque a la película de
joder con la economía y la desconfianza de la clase media, a falta de opciones
políticas de derecha que tengan votos, también ya la vimos.
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