Por Mario
Wainfeld
Sin poder o con el poder menguado o
con plazo de vencimiento es mucho más arduo hacer política económica. El
politólogo Perogrullo estableció ese apotegma, del que pueden dar cuenta
tantos estadistas europeos, sin ir más lejos. A principios de este año, la
presidenta Cristina Fernández de Kirchner entraba en el último tramo de
su mandato. No se sabía si sería reelecta y menos aún por qué márgenes y con
qué ecuación en el Congreso. Posiblemente, la mandataria estuviera entre los
más optimistas o agudos para predecir (e inducir) el resultado, pero éste era
virtual: no había ocurrido. La gestión del 2011 estuvo signada por esa
circunstancia: se debía mantener la gobernabilidad, evitar sofocones y motivar
la máxima aprobación social posible. Por eso, entre otros motivos, este año fue
de “paz y administración” (en los términos relativos en que puede serlo
para un gobierno kirchnerista y colocando la expresión entre comillas). Un
lapso de escasas innovaciones, sin giros rotundos. Un tiempo particular,
escribió el cronista el domingo pasado, por eso mismo irrepetible.
Con un horizonte temporal despejado
y una dosis de poder adicional, está comenzando ya el segundo período de Cristina
Kirchner. Las medidas iniciales arrancaron la mismísima primera semana
postelectoral, que hubiera podido limitarse a los festejos y al duelo. En la Casa
Rosada no hay intenciones de apelar al piloto automático ni hay distracción
respecto de los desafíos del cuatrienio.
La supresión de los privilegios de
empresas mineras o petroleras para liquidar divisas, los nuevos controles para
la compraventa de moneda extranjera y la eliminación de subsidios a
consumidores de alto rango son jugadas diferentes, enlazadas por un hilo común.
En el Ejecutivo se advierte que hay que apelar a nuevas herramientas,
emprolijar otras, acentuar la presencia estatal. Los alcances de esas
decisiones se irán dejando ver y corresponden más a la competencia de los
colegas avezados en Economía. Desde el ángulo político, las señales son
nítidas: el Gobierno ocupa el centro de la escena e interpela a actores
poderosos. Los equilibrios fiscales, la formalización de la economía, la
firme presencia estatal y el sustento de una caja suficiente siguen siendo
prioridades. Los fines, en sustancia, continúan. La caja de herramientas
incorpora nuevas piezas, lubrica otras.
Algo había anticipado la
Presidenta en discursos de campaña, en el sentido de que para “profundizar
el modelo” habría que introducir reformas. La frase fue repetida, con
mínimas variantes, por el ministro de Economía y vicepresidente electo, Amado
Boudou.
Las decisiones reseñadas son también
señales, en especial a “grandes jugadores” del sistema económico. Se
emiten desde la envidiable (aunque siempre asediada) legitimidad
presidencial. La sorpresa y la premura forman parte del paquete. No hay
tiempo para perder cuando las correlaciones de fuerza son propicias.
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La enorme masa de subsidios,
coincidían tirios y troyanos, era insostenible en el mediano plazo, el único
disponible para cualquier gobierno, en la Unión Europea, en Estados
Unidos, en Grecia o en Argentina. Las supresiones
informadas ayer cortan el hilo por los beneficiarios más gruesos, a quienes les
costará ponerse de punta contra un gobierno popular plebiscitado diez días
atrás.
Ajeno a la astrología y conocedor
del sigilo que es marca de fábrica del kirchnerismo, el cronista escapa
a cualquier predicción acerca de otras normas o decisiones. Va quedando claro
que las habrá y que en el primer nivel del Ejecutivo se registran
ciertos límites o disfunciones del “modelo”, con la foto de hoy. También
es seguro que la intención es mantener sus objetivos fundamentales.
En ese devenir, es básico recomponer
el esquema de gastos y también garantizar el creciente flujo de ingresos
fiscales. Para que no haya ajuste, ni nada que lo remede, es forzoso mantener
la caja bien provista.
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De nuevo, sin hacer anuncios ni
profecías, repasemos una serie de acciones posibles del costado de los ingresos
que se vienen analizando, intramuros del oficialismo. Las retenciones a la
minería, tal como describe el economista norteamericano Bob Dylan en
su lengua vernácula, are blowing in the wind. Es de manual fijar la mira
en un sector hiperrentable, con alta capacidad contributiva, casi intocada hoy
día.
Otro proyecto, en el que vino
trabajando el ministro de Agricultura y Ganadería Julián Domínguez, es modificar
el comercio exterior de granos. La finalidad sería doble. En parte,
propiciar mayor intervención de cooperativas y pequeños productores para aminorar
la concentración de la actividad en un puñado de multinacionales. Además,
uniendo lo bello a lo útil, capturar parte de la elevada renta en danza.
La hipótesis de crear algún
tributo a los activos bancarios o bursátiles se discurre hace rato y,
acaso, recobre vitalidad. Baqueanos del sector dicen que la resistencia de los
grandes bancos sería bastante menor que si se emprendiera una reforma integral
del sistema financiero. Habrá que ver.
Un lugar común remanido en los meses
recientes, en especial en medios opositores, es que el Estado “meterá mano”
en los fondos de las obras sociales. Nada es imposible pero esa perspectiva se
complejiza, ya que se entremezcla con varias cuestiones que deberán dilucidarse
en paralelo y que, tal vez, antecedan en prioridad. Puntea la relación del Gobierno
con la CGT y en particular con su secretario general, Hugo Moyano,
cuyo núcleo no es tanto la conducción de la central obrera cuanto el
reconocimiento del liderazgo de Cristina Kirchner dentro del magmático
movimiento peronista. Acaso, más propone que supone el cronista, sea más
acuciante una reforma del sistema de salud que hace agua por varios
lados y en el que hay que tocar intereses poderosos de los gremios y de las
prepagas.
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Como fuera, yerran quienes quieren
creer que el Gobierno comenzará a “hacer los deberes” (de una currícula
escrita por sus adversarios) o a producir un ajuste más o menos clásico
amparado en el aval popular. Quieren creerlo y presionan para imponer su
fantasía. La trayectoria del kirchnerismo, que siempre mantuvo su norte,
aun con el 22 por ciento de los votos o después de la derrota electoral de
2009, contradice esas lecturas interesadas.
Es difícil saber cuáles serán las
principales acciones del nuevo mandato. Al fin y al cabo, sus principales
iniciativas a partir de 2007 (logradas o fallidas) no estaban en el radar
cuando asumió la Presidenta: las retenciones móviles, la recuperación del
sistema jubilatorio, la ley de medios, la Asignación Universal por Hijo. El
futuro se va develando semana tras semana y la experiencia comparada prueba que
eso no es en el siglo XXI una peculiaridad criolla.
Nada garantiza que el nuevo gobierno
alcance sus objetivos, todo indica que éstos serán consistentes con lo que
produjo desde 2003, que la ciudadanía (detalle interesante) plebiscitó.
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