viernes, 8 de octubre de 2010

El Nobel Que No Fue… Y El Premio Más Esperado


Gabriela Aguar

“Mi deseo es encontrar a mi nieto y disfrutarlo al menos dos o tres años”, declaró una de las Abuelas de Plaza de Mayo…
A Estela de Carlotto y en ella a todas las queridas Abuelas, vaya esta historia a modo de homenaje.

REENCUENTRO. Una historia que podría ser hoy.
Un inconfundible olor a jazmines impregnaba todo el jardín, mientras unas huellas de algodón se acercaban hacia el joven de jeans gastados y camisa blanca que se encontraba sentado en un banco… allá a lo lejos.

ÉL
Minutos antes, ese mismo joven se había preguntado qué hacer. ¿Había posibilidad de no tener que pasar por esto? ¿Y cómo sería ese momento? ¿Y ella… cómo sería ella?
La historia se había empeñado en abrirle los ojos, el extraño velo de la mentira se había corrido y simplemente había llegado el momento…
Levantó la mirada y vio a una anciana que se acercaba hacia él. El cabello canoso, revuelto por la suave brisa…
El corazón le dio un vuelco… Seguramente sería ella…
De pronto miles de figuras recorrieron su mente, y temió haberse quedado sin recuerdos para siempre… Temió que su vida comenzaría justo en el momento en que ella llegara hasta él… era una sensación de desamparo total.
Miles de preguntas pasaban rápidamente por su cabeza ¿Y después de hoy, qué? ¿Cómo serían las cosas a partir de ahora? ¿Qué sería correcto decir? ¿Tendría que hacer algo en particular?
Decidió que no lloraría, ella podría sentirse abrumada y él no quería eso.
Instantáneamente le incomodó un pensamiento y es que después de más de 30 años de anonimato, él pasaría a ser una persona pública… habría gente que querría conocerlo, tocarlo, abrazarlo… habría gente que le haría preguntas… pero ¿él tendría las respuestas?
Si apenas podía mantenerse sentado en ese banco, temblando, con las manos sudadas y sin saber qué hacer. Sólo reconfortado por ese suave aroma a jazmines.

ELLA
Mientras caminaba lentamente una emoción ingobernable deshacía su alma… El momento tan esperado había llegado.
Tantos años habían pasado… tantos y tan duros años de espera…
Y qué bonito estaba el jardín justamente esa tarde. Los jazmines parecían más perfumados que nunca. Y una suave brisa despeinaba su canosa cabellera.
 ¿Estaría bien así? ¿Había elegido la vestimenta adecuada? ¿Qué esperaría él encontrar? ¿Lo desilusionaría?
El paso se hacía lento… por ese miedo… Pero no.
Debía ser fuerte como lo había sido siempre. Debía ser valiente. Ahora más que nunca. Ella, que había desafiado todos los horrores, llevándose una herida cada vez, hasta que la herida fue tan profunda como un mar. Ella, que se había quedado sin lágrimas para llorar a la hija perdida, arrebatada… No podía bajar la cabeza ahora.
Y sin embargo se sentía tan pequeña y tan frágil…
¿Qué le diría al llegar hasta él? ¿Le diría algo finalmente? ¿Sus palabras serían las adecuadas? ¿Cómo sería correcto actuar?
Eso sí. Decidió que no lloraría, él podría sentirse abrumado y ella no quería eso.
De pronto algo la incomodó y era el hecho de que él, después de más de 30 años de anonimato, ahora de pronto, pasaría a ser una persona conocida y muchos querrían preguntarle cosas, o tocarlo o abrazarlo y eso podía no gustarle…

AMBOS
Las distancias empezaron a acortarse.
Ella sentía latir fuertemente su corazón y sus manos que ansiaban poder abrazarlo estaban heladas, debía frotárselas un poco…
Él no entendía esta sensación… de pronto se sentía un niño.
Ambos estaban a punto de vivir uno de los momentos más culminantes de sus vidas. Sus cuerpos y sus mentes ya empezaban a comprenderlo todo.
Ella aceleró un poco el paso.
Él se incorporó, dejando ese banco de madera pintado de blanco.
Frente a frente, ambos se miraron. Sin saber por qué o sabiéndolo, sus ojos se llenaron de lágrimas.
Se hizo un silencio profundo, plagado de interrogantes que poco a poco iban encontrando respuesta.
-Hola- dijo ella
-Hola-dijo él
-Qué bonito huele este lugar ¿no te parece?- dijo ella sin siquiera saber por qué.
-Sí-contestó él y enseguida, desde lo más profundo de su ser le salió una pregunta, entonces dijo:
-¿Vos sos…?
-Sí querido-dijo ella
-Yo soy tu abuela. Me llamo Estela y mira, yo sé que tal vez…
Algo interrumpió sus palabras. Eran las manos de él que tomaban las suyas.
Ambos tenían el rostro cubierto por una paz absoluta y a la vez plagado de lágrimas que caían una tras otra…

EPÍLOGO
Un transeúnte que pasaba por allí cerca, miró distraídamente y se sonrió…
Allí en ese jardín bonito había dos personas abrazadas…
Enseguida olvidó la escena y reparó en lo perfumado que se hallaba el ambiente hoy…
Es que esa tarde los jazmines parecían más verdaderos que nunca.

Compilado por Simón

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