martes, 23 de noviembre de 2010

De Arrebato


Por Policarpo

Podemos intentar el ejercicio de imaginar como puede hacer sido el verano 2010 de Héctor Magnetto, acaso el último verano feliz de Clarín: en una amplia oficina acondicionada, con luces tenues y silencio sepulcral, con puertas abiertas apenas para los más íntimos peces gordos, el hombre habrá delineado su codicioso plan sedicioso, rosario de sucesivas victorias aplastantes en el poder legislativo, con un acompañamiento a coro de canales y diarios, con editorialistas de pluma filosa y venenosa bajando línea y plantando agenda, con tapas y zócalos amplificando los datos que en la contienda le resultasen favorables. Estamos ganando, habrá pensado, mientras le guiñaba un ojo a Kirchsbaum y entablaba conversaciones telefónicas con los legisladores opositores que le prometían comerse crudo al duro kirchnerismo. Todo era cuestión de desgastar, de minar la base, de romper todo vínculo del oficialismo con el pueblo (público, lo habrá llamado él) y, sobre todo, de llevar la gobernabilidad al quinto infierno. Lo demás, surgiría naturalmente. Aunque había favoritos -Duhalde era su debilidad, pero Cobos y Carrió tenían su mérito bien ganado, y Reutemann era un encanto de hombre -, no había que dejar a nadie afuera. Todos merecían un lugarcito bajo la protectora sombra de Clarín, hasta ese viejito carcamán que hablaba de minería y petróleo, con verba de Scalabrini y egos hipertrofiados. Si, también al viejito Solanas había que darle un espacio, si poco era el daño que podía ocasionar y mucho el gorilismo que podía aportar, el tal Solanas Pacheco. Tal vez, hasta entendiera como venía la mano y terminara jugando con convicción en el bando que le convenía.
Todo era promesa de victoria. El gobierno desmoronándose, la economía empastada en el barro de la crisis mundial, los indicadores metiendo miedo. Ya imaginaba la tapa del día de la caída. Imaginaba a Bonelli mascullando explicaciones en media lengua hispano-oligofrénica. Había que trabar el uso de reservas para pagar deuda, obligando al gobierno a endeudarse a tasas monstruosas o a reducir el gasto público. Había que obligarlos a la genuflexión del ajuste, ahorcados por los apremios internacionales. Había que dar por tierra con la altivez irreverente de los que se decían no dispuestos a negociar con el FMI. Así surgió la operación Redrado. Un muchachito rubio y elegante, bien querido del respetable establishment, jugaba a la rebelión como un lumpen-cacique territorial. La faena insumía los días más calurosos de Enero. Todavía no habían bajado las burbujas del champán con que habían brindado en año nuevo y ya estaban plantándole cara a un oficialismo en minoría. Carrió se quejaba: le habían arrebatado las vacaciones y la posibilidad de chapotear cetaceamente en el mar y de alimentar con krill la naranjez de su rostro. Menos propensos a la sudoración, Morales y Sanz se disparaban al Banco Central a aguantar los trapos, ejecutando una parodia estival de un nuevo Cletazo.
Sin mucho descanso, empezó la rosca por las comisiones. Nuevamente la petulancia alcanzaba ribetes novedosos. La gula opositora no encontraba sosiego. Fueron por todo. Juez comenzaba a demostrar que es más gracioso pero igual de inescrupuloso que Nito Artaza, Solanas consumaba sus escandalosos pactos a cambio de la promesa de presidir alguna comisión intrascendente, Carrió bufaba de calor y saqueaba heladerías en esos días dulces del desmoronamiento Kirchnerista.

Néstor Kirchner ponía el cuerpo. Aparecía en diferentes medios, peleaba con argumentos, defendía la gestión. Protegía a Cristina, con un manual del militante leal a su conductora. Pero la oposición - calificativo que hasta hoy se autoinflingen, con estúpido orgullo, para identificarse ante la sociedad-
mostraba su voluntad y su desparpajo: todo se podía conseguir de arrebato. No había códigos ni reglamentos, antecedentes ni pactos, negociaciones ni consensos. Había vocación de llevarse todo por delante, como un malón informe dispuesto a batir en retirada al enemigo claudicante. Prepotencia y arrebato: la fórmula cerril, encarnizada e inescrupulosa de Magnetto.

Los primeros síntomas del despropósito empezaron a hacerse notorios cuando Morales pavoneó su mala leche en frente de Marcó Del Pont. Tuvo el mal tino de hacerlo ante las cámaras. Autosuficiente, canchero, ganador sin jugar, Morales le negó derecho a defensa a un cuadro que lo hubiera puesto de cabeza con solo avanzar en el debate. Ganamos y punto, pensaba Morales. La prepotencia le costó cara: una tibia reacción de defensa popular empezó a cundir tras los muros encastillados del armazón opositor. La cofradía terminó reculando por el propio peso de su impericia. Más tarde llegó el zopapo: marchas de autoconvocados – decenas de miles, en todo el país- reclamaban la ley de medios. Un puñal al corazón del buenazo de Héctor. No solo por lo que la ley implicaba, si no por el revés que una convocatoria a contramano de su línea editorial implicaba en términos de su capacidad de instalar “opinión pública”. Se sucedieron los ninguneos y las descalificaciones. Había un tufillo desconocido hasta entonces: el del contragolpe. Sin acusar recibo, el cártel mediático quiso seguir su marcha. Seis locos a sueldo defendían el sentido crítico desde el canal 7 a las ocho de la noche. Lo peor no era eso: el problema es que había mucho más que 6 escuchándolos y siguiéndolos. Empezaba a romperse el espiral de silencio. Los que decían representar a la opinión pública, se dieron cuenta que la opinión pública no los representaba, en esa puja desbocada por la desestabilización. La ley de medios ya no era un problema de los medios, rabineaban algunos. El problema de los medios es que están en el medio del problema, decían otros miles de rabinos sin kipá.
Hasta que llegó el primer cross a la mandíbula. En medio del país crispado y atemorizado que reflejaba la tele, millones de argentinos aceptaron la propuesta oficial de festejar con alegría y optimismo el bicentenario argentino. No todo eran malas, no todo era caos, no todo era crispación. Fue un quiebre. Ese día se dieron cuenta de que había cosas que no podían domeñar: un pueblo nunca es ciego de sus condiciones materiales; la memoria no es tan endeble ni tan frágil. Las callles se poblaron de millones de argentinos cantando y festejando, aplaudiendo y dignificando su identidad latinoamericana y libertaria. Signos de contra-mediopelismo, de anti-cipayismo, de Patria si – Colonia no.

Empezaron una tardía revisión de su discurso. La legislatura ya no arrojaba dividendos políticos, el gobierno piloteaba la nave y ponía proa a 2011. Los estudios de opinión revelaban una ascendente línea que se erigía con una K atemorizante en la punta. Hablaron de efecto bicentenario o, más tarde, de efecto carótida, o, más tarde, se llamaron a silencio respecto de estos temas.
Los días actuales los encuentran balbuceando un efecto Néstor que no terminan de creer. Publicar encuestas es tirarse una palada de tierra el lomo. Lo que vieron en el velatorio de Kirchner todavía habita en sus pesadillas más escalofriantes. El pueblo digno y memorioso exhibiendo su dolor a la par de su esperanza. La juventud – esa que se demoniza y caricaturiza desde los medios- con los ojos abiertos y la militancia reflorecida. Minorías más minorías haciendo una mayoría. La consumación de su derrota en la forma de un pantano yermo y reseco; el triunfo de la política en las formas más luminosas y coloridas.
Hoy terminan su faena como la empezaron. Cayó mal el dado y retrocedieron 20 casilleros. Ni el más pesimista de sus operadores pudo imaginar que estas navidades bicentenarias los iban a encontrar juntando los añicos de su soberbia indomable. Terminan con repetición de argumentos: como un boxeador que se sabe perdedor unánime, pegando un golpe después del tañido de la campana. El gancho –técnicamente interesante, aunque faltó torsión de cintura y acompañamiento con el cuerpo- de Camaño es una parábola final del fracaso de los que creyeron poder gobernar de arrebato. Sin la elegancia blonda de Redrado ni la grandilocuencia discursiva de Morales, una mercenaria de la política ahorró palabras y terminó el año legislativo a las trompadas, como suelen hacer los equipos perdedores. Magnetto tendrá que juntarlos en el vestuario y lavarles la cabeza: no hay tiempo para recambios, tendrán que salir al segundo tiempo con el mismo equipo. Algunos están sin piernas, otros no quieren ni ponerse la camiseta.

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