miércoles, 13 de abril de 2011

La Pasión Según Cristina


Jorge Giles
El otoño va dejando caer sus primeras hojas amarillentas y con ellas, van cayendo los nombres de quienes presumían hasta el último verano ser la alternativa opositora al modelo nacional y popular que nos gobierna. Se cayó Cobos. Se cayó Das Neves. Se cayó Carrió. Se caen las ventas y la credibilidad del Grupo Clarín. Es un tiempo de hojarascas y contrastes fuertes. Porque mientras se suceden las deserciones y estampidas en el campamento opositor, una mujer habla de la pasión desde el atril mayor de la democracia y dice: “Esta Presidenta siente mucha pasión por la Argentina, una inmensa e intensa pasión por la Argentina, por mí país, por nuestra historia. Pasión por transformar, pasión por cambiar, pasión por mejorar, pasión por progresar, pasión por incluir, pasión por igualar también”. Pero la oposición, que blasfema cuando escucha hablar de sentimientos, se muestra desagradablemente torpe en su desnudez otoñal. Estamos contemplando con los primeros fríos de estación, un proceso de degradación y descomposición de la materia con la que se formó esa política y los políticos que la instrumentaron en las últimas tres décadas. Es una “clase política” que llegó a creerse una nueva clase social, porque ese fue el libreto con que la adoctrinó el poder económico durante más de un siglo de colonización cultural. Los dueños de ese poder, sí que constituyen una clase, desde tiempos de Bernardino Rivadavia y el primer Martínez de Hoz hasta el presente. Por derecha y por izquierda, esos políticos cumplieron con relativa eficacia el rol de celadores y lenguaraces que les delegaron en cada etapa de la vida política. Cuando fueron ineficientes para cumplir el mandato, golpeaban la puerta de los cuarteles y venían los blindados a reemplazarlos hasta que se restableciera “el orden republicano”. Así fue siempre. O casi siempre. Pero de pronto apareció Kirchner y luego Cristina y el viejo país entró en estado de asamblea. Todos los lugares secretos y sagrados de la vieja y la nueva oligarquía fueron descubiertos. Ahora sabemos, por ejemplo, que el golpe del 24 de marzo de 1976 no fue para “aniquilar” la guerrilla ni para “sanear” las instituciones corrompidas por el gobierno de Isabel, sino para pasar a degüello lo que quedaba en pie de un Estado que supo ser de bienestar. Y sabemos más: que no hubo “complicidad” civil con la dictadura sino algo mucho peor; hubo dirección política civil en el saqueo a mano armada contra el pueblo y sus militantes. Nos hicieron creer que la dictadura era sólo militar para poder guarecerse en el nuevo paisaje de la democracia y seguir dictando los guiones de la escena política. Esos civiles siguen siendo tan poderosos que hoy se niegan a cumplir con la ley de Medios, secuestran a Paka-Paka y no descubren los brazos de los hijos apropiados. La descomposición de Cobos, en este marco de análisis, no es un dato menor. Es la expresión más olorosa, más degradada, más grosera de esta fragmentación que vive la representación política de los sectores dominantes. Por eso es un error político aislarlo del contexto opositor del que forma parte. El caso Cobos sirve para que la ciencia ensaye una y mil tesis sobre la vida efímera de los personajes surgidos de los laboratorios mediáticos. Un minuto de fama y a la bolsa. La oposición no puede ser peor de oportunista. Ahonda su fealdad porque frente suyo hay un gobierno que, por lejos, es el mejor gobierno en décadas. Si el actual proyecto político que gobierna la Argentina debe revalidar su condición de gobierno transformador, permítannos cometer el sacrilegio de afirmar que no será por ninguna de las políticas económicas y sociales de impacto altamente reparador y justiciero para nuestro pueblo, sino por la profunda transformación cultural que está logrando en la sociedad, a partir de esas políticas. Y ahí está el núcleo central de la disputa en esta etapa: cada una de esas políticas constituyen el sustrato de una nueva cultura en la sociedad. La Asignación Universal por Hijo y el Matrimonio Igualitario, por brindar dos ejemplos mayúsculos, son un hecho cultural, más que políticas dirigidas a un sector social determinado. Veníamos afirmando que la única vaca sagrada del poder, con la que no se metió nadie en un siglo y medio, es aquella que se expresa a través de la cultura dominante, aquella de la “historia oficial”, del sentido común hegemónico, de la educación formal y no formal. Si a Néstor Kirchner le tocó en suerte descolgar los cuadros de los horribles, a Cristina le correspondió colgar los cuadros de la belleza. Cuando la Presidenta cuelga en la Casa Rosada el retrato de Juana Azurduy y del Che Guevara y después inaugura la Escalera en honor a Ricardo Carpani, el pintor de la resistencia, está negando a la verdadera vaca sagrada del mitrismo colonial y colonizante: el añejo sustantivo cultural. Y si además, la Casa se llena de pueblo, de artistas, de pibes, de maestros, de turistas, el ruido es más potente que una despedida de soltero en una catedral. El Grupo Clarín y sus socios tienen resto más que suficiente para bancarse la pérdida del negociado de las AFJP que en tiempos de neoliberalismo explícito les permitió incautar el ahorro de los trabajadores. Está en su imaginario, un futuro cambio de vientos para volver a la carga por los “bienes” que perdieron desde el 2003. Pero lo que les resulta intolerable es que este proyecto nacional, popular y democrático les gane la partida en las ideas, la cultura, el pensamiento. El relato histórico lo impusieron ellos, de Mitre en adelante. Ese relato es debatido hoy con mucha madurez por esta generación del Bicentenario, o sea, por una juventud que trae en su memoria, lo aprendido, tarde, por quienes la precedieron. Por eso este proyecto resulta el mayor transformador de los tiempos modernos; porque reconstruye los pedacitos rotos de nuestra historia, para cimentar un nuevo relato donde entremos todos. Defender la pasión es defender la alegría. Y esa sí que es la tarea mayor de todo el pueblo.

Miradas al Sur, domingo 10 de abril de 2011

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