El programa de Lanata de los
domingos ha inaugurado un nuevo rubro, que deberán tener en cuenta las
autoridades de AAPTRA a la hora de armar las ternas del Martín Fierro: el
patetismo periodístico, de género bufonesco.
Esa lastimosa parodia de aquél apoyo
televisado a Tato Bores contra la "jueza badú badú budía"
(sosteniendo los cartelitos con los que intentaban parecerse a los indignados
europeos, en éste caso por la censura y la persecución estatal) puede marcar el
punto más bajo del derrape de una generación de periodistas forjados en otro
país, en otros tiempos, que no encuentran como re educarse para el ejercicio
profesional en los tiempos actuales; o el punto inicial hacia nuevas cumbres en
la degradación del oficio periodístico.
Pero además el patetismo de ése
periodismo reluce esplendente porque es la obvia (y destemplada) respuesta a lo
que pasó en el Congreso con la votación de la expropiación de YPF: un rotundo
apoyo al proyecto enviado por Cristina, incluso dentro de las propias fuerzas
opositoras.
Una señal que trasciende la
importancia del tema en sí (en el cual al fin y al cabo no faltaron las
críticas a las políticas del oficialismo), y se proyecta hacia el conjunto del
sistema político, dando la esperanzadora señal de que las fuerzas opositoras
(algunas de ellas al menos) estarían dispuestas a revisar la estrategia que
hasta acá siguieron, con los resultados conocidos el 23 de octubre: atar su
suerte política al seguidismo bobo de la agenda fijada por los medios
hegemonicos.
Y esa señal es percibida por los
medios y por éstos periodistas payasescos (tan payasescos que ni Majul se sumó
a la movida, lo que sería mucho decir), que añoran aquel país
"sencillo" y dual de los 90', en el que el "periodista
independiente" se convirtió en una especie de héroe civil, un cruzado
combatiente contra la corrupción o el intérprete de las demandas sociales
contra "los políticos".
Lanata es el cabal representante de
ese discurso primitivo, prepolítico y rudimentario: por algo no pierde ocasión
-en cuanta oportunidad tiene a la mano- de mostrarse nostalgioso del
asambleísmo estudiantil del "que se vayan todos"; claro que sin
olvidar su condición de prima donna mediática, hoy mimada por la propia
corporación a la que antes denostó.
Cuando la política retoma el centro
de la escena, y cumple su rol de intentar canalizar las demandas y expectativas
de la sociedad, este periodismo obsesionado con el vedettismo personal tiene
cada vez menos espacio para disimular su pequeñez.
Un periodismo autocentrado en sí
mismo, ombliguista hasta la exasperación, que ni siquiera conoce de oídas (o si
las conoce, se hace bien el boludo) las propias condiciones laborales y
profesionales en que trabajan la mayoría de los periodistas, en todos los
medios, oficialistas u opositores.
Trabajando en condiciones de
absoluta precariedad, sin poder organizarse gremialmente o teniendo que vencer
innumerables obstáculos para hacerlo, o esperando 37 años para sentarse a
discutir salarios en paritarias libres, como pasa acá en Santa Fe.
O perdiendo su fuente de trabajo por culpa de empresarios inescrupolosos como el propio Lanata; a quien bien podrían haber perseguido con cartelitos que dijeran "Somos trabajadores, queremos cobrar".
O perdiendo su fuente de trabajo por culpa de empresarios inescrupolosos como el propio Lanata; a quien bien podrían haber perseguido con cartelitos que dijeran "Somos trabajadores, queremos cobrar".
Estos empresarios periodísticos de
sí mismos (como Lanata, Majul o Morales Solá) conchabados a sueldo y
participación en la publicidad (módica participación, de allí su obsesión con
la pauta oficial) de los grandes medios, prestos por eso a saltar cuando los
dueños de esos medios les tiran un hueso (alinéandose disciplinadamente con sus
necesidades políticas, que son siempre las de sus negocios), no pueden sino
expresar una farsa payasesca (con perdón de los payasos, que son más dignos) de
lo que debería ser el periodismo.
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