martes, 15 de febrero de 2011

El Fin Del Relato Es Volver Al Inicio


Por fedevazquez

¿Cómo hay que leer la editorial de La Nacion del domingo? Tómense cinco minutos, díficil que se repita. No creo que sirva para pensar la coyuntura, ni aportar para ningun elemento de análisis sobre la interna peronista/kirchnerista, no. Es otra cosa. Es una muestra más brutal y descarnada. Es, casi, un pedido de auxilio. Como cuando se dice que el asesino, en verdad, "quería ser descubierto, para así poder parar". La Nación quiere parar, necesita parar. Necesitan pisar la pelota (esa guacha que también se llama realidad, o presente, y nunca para por más que querrámos o lo necesitemos) y repensar el juego. Pero no, al igual que nos tocó a nosotros en los noventa, los tipos se la tienen que bancar como viene y replantearse el esquema interpretativo y reacomodar las brújulas de navegación a medida que sacan el agua de adentro del barco. Así es la vida, jodida. El fin del relato es volver al inicio. Por eso La Nación retoma la idea del fascismo. Es la idea de la que tratan de zafar las editoriales firmadas de Morales Solá y Mariano Grondona, cada vez con menos éxito. Es volver a armar el ovillo, volver al inicio, al origen del mal. A veces, cuando todo parece perdido, nos queda la indignación y las creencias más profundas. El peronismo es Mussolini. De eso se trata la editorial de La Nación. Indignación ante una sociedad que no se inmuta con el horror gubernamental que ellos gritan todos los días y, entonces, queda un retorno a las verdades primeras, a los ideales, a las sábanas limpias de la conciencia juvenil. Ésa donde todo es claro como el agua, aunque esa claridad sea de unos pocos. Es el exilio en Montevideo o Santiago a la espera de mejores tiempos después de la barbarie. Pero manteniendo las banderas. El viento viene de frente, no importa. En la columna somos cinco, no importa. La plaza está vacía, no importa. Es trotskismo de derecha (¿hay algún otro?). La editorial de La Nación es la renuncia al último juego de coyuntura mediática: romper el peronismo y construir desde ahí la alternativa. Ya no importa, ya no es ése el objetivo porque "El fascismo luchó, es cierto, contra el marxismo, pero con aun mayor convicción y aptitudes naturales lo hizo contra el liberalismo." Es la renuncia por un motivo o por otro, a ir por Duahlde: o porque se ha comprendido que lo que puede desprenderse del PJ no es mucho más que dirigentes demasiado rancios y con pocos votantes, o porque se ha elegido, por fin, volver a construir un partido de derecha, liderado por un miembro de la familia. Volver a ser, por dios, liberales. La editorial del domingo parece esto último, en tanto ese retorno a entender el peronismo como fascismo es el último salto hacia atrás antes de llegar (¡por fin!) al proyecto de Patrón Costas, un segundo antes del bing bang de las patas en la fuente. O no, tal vez sea el deseo volver a antes incluso, un pasito antes, antes de 1916, cuando si somos exactos, todo se empezó a ir al tacho. Cuando el comienzo de la política de masas puso en jaque al apacible granero del mundo. Porque después hubo que empezar a remendar la ropa. Hasta el 16 se podían llamar liberales, después fueron conservadores, después golpistas, después genocidas. Acordemos que no es un derrotero simpático para contarle a los nietos. Pero la historia no se repite. Ni siquiera, creo, como esa frase de Marx. Siempre me gustó poco esa frase del gran Carlos (Karl, va con K, que grande). Eso de la aparición doble, como tragedia y después como farsa. Es de una escolaridad ramplona, se parece más a una moraleja antojadiza de cuento infantil que a una interpretación a la altura de su autor. Pero volvamos, que no soy JPF y no me da para andar desplumando a genios en dos oraciones, ni siquiera a explicarlos. La historia no se repite y ahí está el problema de La Nación. ¿Cómo seguir? ¿Cómo seguir haciendo política en medio de este enchastre dictatorial? Porque en este país nadie tiene paciencia, eso es cierto. Todos quieren todo, ahora. El problema es cuando el deseo está separado de las herramientas para logarlo. Ese es el vacío de La Nación. Se está quedando sin ejecutores viables de sus planes políticos. Hace tiempo que se quedó sin las fuerzas armadas, hace menos se quedó sin el golpe de mercado, y hace todavía menos se quedó sin el poder de fuego mediático. Un democráta de esos que uno quiere aunque sean terribles flanazos (o sea, un radical) les diría: "bueno, tienen los votos, las elecciones". Ah, claro. Pasa que no es buen momento para un discurso a la altura de la necesidad política, de la sed ideológica de La Nación. Alguien que diga lo que debe decir. Ahí está el problema. Ahí puede estar alguna salida, también. ¿Se bancarán realmente, una candidatura de Mauricio, 100% "compañera", pero con 20% de los votos?¿Pueden los dueños del país -porque , ojo, lector-militante, que no queden dudas que estos muchachos son los dueños del país, al menos hasta que les saquemos unas cuantas cosas más- tener tan bajo poder de fuego?¿Puede ser posible?¿Será eso la democracia, finalmente? Un sistema donde el verdadero poder no puede controlar al poder político, y por lo tanto se tiene que bancar la pesadilla cotidiana de tener al enemigo en casa. Puede ser, pasa que en ese caso, tendrían que cerrar el diario. O sea, el poder debería renunciar a la política y conformarse con las mediaciones oscuras, los hilos invisibles que le permiten controlar los resortes no sujetos a las decisiones estatales. Sería otro invento argentino. No creo, creo que seguirán los intentos. Aunque el filo, cada domingo, parece mas cortante, y apunta para sí mismo. La Nación está esquizofrénica: sus reflejos comerciales le indican apuntar al público jóven, a poner el blog de Lucas Llach, la columna de la JP Varsky, a Sarlo, a sacarse la naftalina de su propia historia. Pero sus reflejos emocionales, esos que son los que cuentan en los malos momentos, los lleva a escribir que "La regulación de los contenidos de los medios de comunicación, cuya genealogía se remonta al decreto 23.408 de la dictadura de 1943 y, de allí, al código mussoliniano sobre radiodifusión, de 1924. Los enfrentamientos con el agro y el dictado de medidas para perjudicarlo. La sobreactuación institucional de los gremios afines a la Casa Rosada. El exagerado culto de la personalidad y la sumisión de legisladores y gobernadores a lo que dispone el poder central. El abuso del poder de policía administrativo. El tendido de redes clientelares a través de favores prebendarios. La persecución de figuras independientes u opositoras a través del aparato de inteligencia del Estado. La exaltación de las corporaciones en detrimento de los partidos políticos. El avasallamiento de poderes independientes, sobre todo el Judicial. El alineamiento con regímenes autoritarios como el de Hugo Chávez."  Es el fin de un relato, no un comienzo, porque a ese párrafo le falta una última oración, impronunciable en estos días: el pedido de los tanques.
Es una editorial para repartir adentro de las filas propias. Para que todos estemos avisados de donde está el enemigo. Para que nadie se confunda, para que nadie se extravíe pensando que hay que contar costillas propias más allá de lo razonable. Tenemos que estar adentro todos los que querramos que estar adentro. El afuera es esa editorial.

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