lunes, 25 de junio de 2012

Que No Caiga El Paraguay

Por Mempo Giardinelli
En momentos en que nuestro país padece el embate de la ambición política camionera, para decirlo de algún modo, pareciera que la crisis que acaba de explotar en el Paraguay, o sea aquí al lado, no tiene mayor importancia.

Y no es así. Porque igual que desde hace casi treinta años con todas las democracias sudamericanas, lo que sucede en cada país hermano nos está sucediendo también a nosotros.

Aún tímidamente, y no sin contradicciones y retrocesos, el gobierno de Fernando Lugo viene significando un cambio más que interesante para el pueblo paraguayo, sometido por décadas a dictaduras atroces y a una violencia contumaz. Y acaso por eso mismo, por los pocos y tímidos cambios que ha realizado, es que se lo quiere derrocar. Como aquí, se busca abatir al gobierno democrático por sus virtudes, no por sus defectos.

Es inusualmente grave la crisis política que se vive en estas horas en Asunción. El Parlamento paraguayo está plagado de personajes de dudosas capacidades y casi nulas virtudes, conjurados ahora en un ridículo juicio político al presidente Lugo.

Paradójicamente, lo enjuicia uno de los poderes más deslegitimados de ese país (el otro es la Justicia), que en realidad intenta abortar el proceso democratizador iniciado en abril de 2008. Popularmente desprestigiado, el Parlamento guaraní no fue capaz de llevar adelante el juicio político a los ministros de la Corte Suprema, pero sí se atreve con Lugo, acusándolo absurdamente de ser causante y/o responsable de la reciente matanza en Curuguaty, una estancia del interior del país. Ese Parlamento se ha dedicado a recortar las ayudas sociales; rechazó el desbloqueo de las listas sábanas; obstaculizó la democratización de tierras fiscales; frenó la aplicación del Impuesto a la Renta Personal, y viene impidiendo los controles al uso de agrotóxicos en el campo.

La matanza de campesinos y policías en Curuguaty hace una semana, aún no esclarecida, pero que de ninguna manera puede atribuirse a Lugo, es parte de la estrategia de los terratenientes paraguayos que se empeñan en impedir una mejor distribución de las tierras y las riquezas.

Es difícil saber cuál será la salida a la crisis, pero es cuestión de horas, toda vez que a Lugo los parlamentarios le han dado apenas 24 para organizar su defensa. La cual ha asumido en una actitud valiente, pero que parece más romántica que eficaz. De ahí que algunos sectores democráticos propongan la urgente realización de un referéndum, para lo cual están llamando a que el pueblo se movilice y tome las calles para defender la democracia.

Los golpistas del vecino país operan igual que nuestros destituyentes y también buscan modos de legitimarse apelando a mecanismos democráticos como, en este caso, el juicio político al presidente.

Ya saldrán los que se escandalizan por el vocablo: que cómo hablar de golpe, que eso es exagerar... Pero igual que aquí en 2009, y en cierto modo como ahora mismo si la Argentina quedara cautiva de los camiones parados, los golpistas nunca llaman golpe a lo que hacen, pero el procedimiento es siempre el mismo: saben que les será imposible llegar al poder por vías democráticas, o sea mediante elecciones, y entonces esmerilan, fragotean en las sombras, desacreditan las instituciones republicanas y se acurrucan al amparo de los grandes medios de prensa, que siempre están del peor lado de la política.

Ante semejante cuadro de situación, el gobierno argentino debería ponerse a la cabeza de la comunidad internacional para, sin desatender la crisis camionera local, defender a como dé lugar la todavía frágil democracia paraguaya. Y no sólo por solidaridad, sino también por autodefensa.

Y es que si esto que sucede del otro lado del río que yo miro todos los días no es un golpe de Estado, entonces, por favor, que me digan qué es un golpe. Porque a las cosas por su nombre, allá como aquí, que con los antidemocráticos nostálgicos de dictaduras y neoliberalismos feroces, y con los tontos suicidas que abundan tanto no se juega.

Lo que va de un día a otro

Por Mario Wainfeld

Ayer a la tarde, un medio on line informaba que “el secretario general de Camioneros Hugo Moyano convocó a un paro nacional con movilización a Plaza de Mayo”. Erratas cometemos todos (Hugo es el titular de la CGT; su hijo Pablo, de Camioneros); lo interesante de ésta era su tangencia con lo que se acababa de ver. El líder cegetista pareció haber protagonizado una regresión, hablaba como el jefe de un sindicato y no de la principal central de trabajadores. Otro gesto inusual fue adjudicarse toda la responsabilidad de lo que hizo y hará su gremio. Quizá quiso arropar a Pablo, que es un muchacho crecido, con responsabilidades legales y que no quedará a cubierto de ese modo. De hecho, el padre minimizó su cargo y su legitimidad. Y, más allá del rigor verbal, cambió su postura y el escenario de horas atrás, en neto plan de retroceso.

En cuestión de horas, Moyano canjeó un paro de 24 horas con marcha por uno de los más brutales abusos de la acción directa desde 1983, que no han sido pocos ni moderados. Se apeó del desacato a la conciliación obligatoria dispuesta por el Gobierno y cerró trato por un porcentaje bueno para los muchachos aunque no exorbitante. Y, last but not least, se mudó del estudio de TN a su local sindical.

Un protagonista habituado al unicato, según él mismo sinceró, dificulta saber los motivos de sus movimientos. Máxime cuando, como esta vuelta, son “a la baja”. Acaso se hayan sumado la firmeza del Gobierno para enfrentarlo, un destello de lucidez ante la magnitud del daño social que estaba causando el bloqueo a las refinerías. Habrá gravitado también la soledad en que se encontraba, incluso respecto de los dirigentes gremiales que le son más fieles.

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Los medios dominantes lo acompañaron más que sus compañeros. La tapa de Clarín de ayer, carente de toda alusión a los bloqueos, servirá para nuevos seminarios de periodismo, tanto como la obsequiosidad que le prodigaron en A dos voces. Pero se le puso de punta el peronismo real, ese del que tanto hablan Moyano (que lo conoce) y tantos opositores (que lo comprenden entre poco y nada).

En la actual etapa el peronismo (kirchnerista, compañero de ruta o distante) se expresa como nunca como poder territorial democrático. Gobernadores e intendentes sintieron en carne propia la lesividad exorbitante del piquete nacional camionero. La gobernabilidad es la base de la legitimidad, tal la bolilla uno del manual de quien ejerce un Ejecutivo. Moyano cuenta con una ristra de mandatarios que han padecido sus avasallantes métodos. Los intendentes conurbanos, constantemente jaqueados por la recolección de residuos, son el ejemplo más conspicuo, que no el único.

Moyano no jugaba al TEG exclusivamente contra el Gobierno, aislado de la cotidianidad de los argentinos. Intervino malamente en la vida cotidiana de gentes de a pie. Les hizo pasar frío y carencias, por una discusión sectorial; la dirigencia justicialista realmente existente tomó lógica distancia.

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Moyano parangonó al oficialismo con la dictadura militar, un tópico que cunde (con modismos de lenguaje diferentes) entre los caceroleros VIP. La comparación es un disparate. No vale ni para los recientes nueve años ni para lo transcurrido el 20 de junio. No se cercenó el derecho de huelga, ni se suspendieron las paritarias, ni se hizo uso de la fuerza física en una situación límite. Hubo sí, una multa millonaria, denuncias penales, movimientos políticos. Asimismo una acción para liberar contados camiones en la noche del miércoles: eran pocos pero, quién sabe, tuvieron peso simbólico. Mostraron que el Gobierno estaba motivado para responder con acciones y no esperar pasivamente el flagelo de los bloqueos.

En la Casa Rosada se vivió con gran satisfacción y alivio el levantamiento de los bloqueos, más allá de que la normalidad tardará lo suyo en llegar. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner, tabulan en su torno, condujo todas las jugadas. Dio cuenta de la importancia de lo que ocurría anticipando su regreso a la Argentina. Pero no le hizo falta exponerse para encauzar el conflicto, que seguirá vigente pero que se había salido de madre. Los ministros Carlos Tomada, Florencio Randazzo y Julio De Vido, más el secretario Sergio Berni operaron cada uno en su terreno.

Para los que daban por acabado al ministro de Planificación, su protagonismo es un mensaje: nada es lineal en este mundo. La exposición acerca de la magnitud de los perjuicios por la carencia de combustible fue tan minuciosa como serena sin escamotear referencias a la magnitud de los problemas. También fue “Julio” (ex contertulio cotidiano de “Hugo”, en los buenos tiempos de armonía entre ambos) quien desarrolló con más énfasis la hipótesis de complicidades entre los empresarios y los sindicalistas del transporte. Un punto cuyo impacto en las decisiones que se conocieron ayer se irá develando con los días pero que, deja toda la impresión, no habrá sido menor.

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El paro y movilización del miércoles salen de la órbita estricta de Camioneros y se centran en dos demandas atendibles: aumento del mínimo no imponible y supresión del tope para percibir asignaciones familiares. Más pronto que tarde el Gobierno deberá atender esos reclamos, que interesan a una masa relevante de trabajadores.

El titular de la CGT, para contrarrestar su soledad, convocó a toda su dirigencia, con una consigna supuestamente ecuménica. El pedido lo es pero, en un país politizado como la Argentina, nadie se chupa el dedo: la marcha es para que acumule Moyano. Seguramente ese vector determinará presencias y ausencias, dentro o fuera del movimiento obrero. En una primera aproximación es lógico imaginar que se sumará el sector moyanista de la CGT, la CTA disidente, patronales agropecuarias, grupos de izquierda sindical y ciudadanos contreras. El resto de la dirigencia sindical, todo lo indica, validará los pedidos pero no la movilización. Conservará su autonomía política.

En todo caso falta casi una semana para el paro, lapso en el que habrá sumas y restas dignas de observarse. La capacidad de movilización de los camioneros es proverbial: si sostiene la medida por primera vez la pondrá a prueba contra un gobierno kirchnerista.

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El gobernador Daniel Scioli retornó a suelo patrio, participó en un acto, habló generalidades de resonante imprecisión, ajenas al fragoroso contexto. Quedó en falsa escuadra por la avanzada de Moyano. Es verosímil que no la haya avalado y que no haya sido siquiera consultado. También es real que le faltaron reflejos para emitir mensajes consistentes o apenas comprensibles. El tema será comidilla en los próximos días.

Desescalar una jugada salvaje recoloca a Moyano en su territorio, el de la reivindicación sindical. En el terreno político cometió muchos errores y demasías, que deberían hacerlo reflexionar si desea persistir con sus ambiciones en esas ligas.

mwainfeld@pagina12.com.ar

Sólo Cristina garantiza el avance de los trabajadores argentinos


En ocasiones, el general Juan Perón hizo referencia a que toda lucha sectorial debía tener la adecuada correspondencia con los intereses generales de la clase y, por ende, con las líneas directrices del proyecto de Nación. No es posible concebir que la disputa de los intereses de trabajadores de determinado sector afecte los intereses del conjunto de la clase obrera y termine siendo usada por intereses foráneos, ajenos y antagónicos a los del pueblo.

Es normal y no debería generar ningún tipo de alteración que, cuando cualquier sector de la economía se encuentra disputando condiciones paritarias, se generen tensiones lógicas y compatibles con el tironeo de intereses que tienen que ver con salario y condiciones laborales; siempre y cuando esa disputa no adquiera connotaciones que busquen hacer colapsar servicios esenciales que afectan la vida y la estabilidad de la comunidad. Vuelve a mi memoria el lockout de camioneros que colapsó la economía chilena después de 112 días y que, en nombre de los intereses de un sector sindical, liquidó el gobierno de la Unidad Popular que presidía Salvador Allende. Después de décadas nos dimos cuenta de cómo habían operado la CIA, Kissinger y Jimmy Hoffa en el conflicto. O el paro de los petroleros de PDVSA contra Hugo Chávez para  evitar la nacionalización total de la empresa y su control por el gobierno de Venezuela. Hay que decir que el Impuesto a las Ganancias aplicado a los salarios en la cuarta categoría data de 1933 y no es un invento de este gobierno; y cierto pico inflacionario adjudicado al consumo popular ha sido una constante a lo largo de estos nueve años. Es necesario caminar hacia la derogación de ese impuesto pero seamos conscientes que el remplazo de un impuesto por otro requiere tiempos que quizás no se tengan, en medio del vendaval de la crisis mundial capitalista. Quizá lo más sabio sea una negociación del gobierno y las centrales sindicales en la que se acuerden lapsos, modos y formas para la resolución de la cuestión, cara a los intereses de la clase.
Recuerdo cuando la CGT llenaba River y respaldaba a Néstor y a Cristina y no se hacían planteos; sólo se hablaba de respaldo al gobierno que ha garantizado mayor acumulación y avance de la clase trabajadora desde 1955.
En estos nueve años hemos vuelto a tener paritarias, consejo del salario mínimo, vital y móvil, la creación del APE y permanente subsidiariedad y asistencia a la tarea social de los sindicatos, y las jubilaciones con aumentos anuales reglados por ley. Es bueno tener memoria y no olvidar que los neoliberales conservadores de los ’90 (que hoy expresan Scioli, Macri, De Narváez) nos tuvieron once años sin aumentos de salarios ni de jubilaciones, que cerraron 185 mil fábricas y dejaron 8 millones de desocupados. ¿Puede un sindicato decir que defiende intereses de su sector y apoyar a su vez políticamente a candidatos de las corporaciones económicas digitados por la embajada estadounidense?
Algunos dicen que los enojos vienen del armado de listas, de la socialización del poder político a la hora de representar el proyecto nacional, popular y democrático. Tengo serias dudas, porque los enojos por estas cuestiones, si se quiere contradicciones de cuarto orden, no pueden llevar a que los trabajadores nos peguemos un balazo en la mano.
Si alguien cree en la Argentina que yéndole mal a Cristina, saboteando el proyecto nacional, popular y democrático, se perjudica a la familia Kirchner o a un grupo de seguidores, se equivoca. Si quiebran a Cristina y a su gobierno sobrevendrá una catástrofe para los intereses populares, en particular para los trabajadores y los pobres de este país.
Convoco a los trabajadores de todos los sectores de la economía a que reflexionemos, de cara a nuestra historia, que cada vez que nos dividimos, cada vez que lograron quebrar la unidad del campo del pueblo, lo que sobrevino después fue la tragedia, que tuvo el rostro de la represión, la tortura y la muerte, el cercenamiento de derechos, la pobreza, el atraso y los regresos oligárquicos, siempre llenos de odio y de venganza.

Golpes A La Bartola

Por Eduardo Aliverti
Que la semana pasada haya empezado con las alarmas de pesificación generalizada y después avanzado con el lanzamiento de un megaplán de viviendas para sectores populares y medios es una muy buena fotografía del mapa político en su sentido más integral. Incluye cuanto se desee envolver en el paquete de la agenda publicada.

Los rumores de que se pasarían a pesos todos los contratos individuales, y hasta el pago de bonos, fueron una obscena operación de prensa que no resistía la menor consideración. De un párrafo relativamente confuso introducido en el proyecto de reforma del Código Civil, algunas mentes obsesionadas con la provocación de escándalos, o amenazas graves para la economía, extrajeron que se venía la noche para quienes tuvieran acreencias en dólares. “Cerebros” periodísticos, aclaremos, porque en rigor no hubo dirigencia opositora que actuara ni en el origen ni en la amplificación del operativo. El ministro de Justicia salió a aclarar los tantos y sanseacabó. No había margen para más, y ésa fue la culminación de una maniobra destinada a morir antes de implementar los primeros pasos. Apenas les quedó espacio para alguna de esas columnas de opinión que, cuando el pescado podrido se revela como tal, intentan licuar falaces intentonas hablando del “clima” vigente. Bajo ese ardid pudo leerse que el Gobierno introdujo de modo clandestino (sic) la modificación de dos artículo del Código Civil. Esto es simplemente maravilloso. Un proyecto ingresa al Congreso con letra explícita y el periodismo de la ultraoposición militante le adjudica carácter secreto, oculto, de espaldas a la ley, ilícito y siguen las acepciones del término “clandestino”. El periodista vuelve a recurrir a una figura que ya usó varias veces: ¿hace falta que metan los goles con la mano? ¿Tan poco les importa siquiera el papelón consigo mismos, de tanto apuro por taladrar? ¿A cuáles y cuántos “ciudadanos” y “gente” se refieren cuando citan la urgencia por hacerse de divisa extranjera? ¿Se sostiene que citen, textualmente, la existencia de una “fiebre” por el dólar? Qué impagable sería meterse en la cabeza de estos tipos cuando están a punto de tipear esas cosas. No se trata de los editores, que definen los títulos y las bajadas de las notas. No. Son los columnistas que, bien a solas con sus datos y su conciencia, resuelven construir un concepto. Los que editan son portavoces ya entregados o resignados a la orientación furibunda que determina la patronal. Y sus avisadores. Si se titula que “para el Banco Mundial, la Argentina crecerá menos”, en lugar de que por tanto seguirá creciendo, es entendible. Si la analista senior de una de esas consultoras de fama mundial que viven para ¿equivocarse? mundialmente, Moody’s, reconoce que le bajan la nota a Argentina sólo porque es Argentina (sic), no por las señales de su economía, también se entiende (ver Ambito Financiero, miércoles pasado, entrevista a Verónica Améndola). Con esa clase de alimento, los referentes del mañanero radiofónico y los escritores de zócalos televisivos, a quienes no les ingresa más originalidad que la pautada por los diarios, ya tienen de sobra. Pero los opinadores diríase que a secas, o “presentados” así al margen de que porten renombre mayor o menor, ¿no tienen mínimo prurito a la hora de inventar? ¿No les da para pegarles una vuelta a mentiras pornográficas? ¿No intentan guardarse vías de escape para cuando el mañana los señale como fabuladores, por haber escrito fantasías que pudieron disimular con mayor elevación retórica?

Cuando Cristina lanzó el plan de créditos hipotecarios, al cabo de ese comienzo de semana insuflado por las versiones de pesificación, cambió el eje y el punto fue llenar de sospechas la noticia. Recelos justificados, debe reconocerse, porque respecto de la vivienda el oficialismo ya boqueó, y muy mal, con aquello de los inquilinos que serían propietarios. Sin embargo, la cuestión no es (únicamente) ésa sino, otra vez, la capacidad del Gobierno –sea cual fuere la eficacia ejecutora de su anuncio– para desarmar la ofensiva propagandística en su contra. Aquí es necesario detenerse. Preguntar cuánto hay de reflejos oficiales y cuánto de una prensa comandante que, al gobernarse a sí misma sin base de fuerzas o individualidades extraperiodísticas, cae en repeticiones previsibles de aliento corto. Un marciano de pocas luces habría adivinado que, siendo los recursos previsionales el principal inyector de fondos para construir viviendas, seguiría inmediatamente la acusación de estar usando la plata de los jubilados. Así fue. Validos de una acordada de los supremos, titularon en bloque que la Corte le dio treinta días a la Anses para que informe cómo se emplea el dinero jubilatorio. Pero la solicitud judicial al Gobierno no tiene nada que ver con el lanzamiento del plan hipotecario, salvo que algún otro marciano pueda creer que la Corte empalma sus dictámenes a medida que el oficialismo procede. En este caso, vendría a ser que Cristina anunció la operatoria crediticia el martes y unas pocas horas después ya estaba reunida la Corte para advertirle que con la plata de los jubilados no se jode. No digan que no es asombroso por donde quiera vérselo. Por un lado, resultaría que entonces sí hay la Justicia independiente por cuya inexistencia se indignan unas cacerolas devaluadas y unos comunicadores más patéticos todavía. Como si fuera poco, esa Justicia que no existe acaba de cercar nuevamente a Boudou por el affaire Ciccone. ¿En qué quedamos? ¿Existe o no? Repárese en que, en esta oportunidad, ni hace falta retrucar en primer término la pelotudez bíblica de que la plata de los jubilados debe quedar en una cuenta intocable por los años de los años, como si el Estado no tuviera la responsabilidad de invertirla para asegurar su satisfacción y rédito. No. Esta vez alcanzaría con exhibir las inenarrables contradicciones de “la corpo”, con el solo señalamiento de sus disparates. Incurren en ellos, además de sus necesidades político-empresariales, porque de lo contrario sobraría lugar para meterse en lo que no les conviene. En el PRO termina de estallar una interna que va de dura a salvaje. Funcionarios de la Ciudad se enfrentaron con aspereza por el cierre del plazo para armar las listas, aunque el tema excede a esa razón burocrática. Gabriela Michetti vetó a Esteban Bullrich, el ministro de Educación, como presidente de la asamblea general del, digamos, partido. Bullrich se hartó y renunció, pero Michetti también está harta de Horacio Rodríguez Larreta, y viceversa, porque entre ambos juegan si la primera acepta ir de candidata a la provincia y si el segundo toleraría que no lo haga y le compita en Capital. Nada de este chiche de armonía es informado por los medios de la oposición, casi obsesionados por proteger la figura de Macri a como dé lugar, bien que equilibran entre eso y continuar midiendo a Daniel Scioli como gran esperanza blanca. La clausura del palco desde el que sacaron la foto al celular de José María Ottavis, vicepresidente de la Cámara baja bonaerense, cuando recibía un mensaje que en verdad lo alertaba sobre un presunto ofrecimiento de compra de votos; y una conjetura acerca de que se intentó cambiar de lugar a los periodistas parlamentarios, lo cual nunca se concretó, fueron otros de los apasionantes temas ensanchados. Como tampoco daba para mucho, reapareció la ola de inseguridad porteña mediante la mención a toda página de una “seguidilla de robos audaces”. Y hasta la sugerencia de que vivir en la capital colombiana tal vez sea más seguro que hacerlo entre Flores y Caballito. Impactante.

Lo significativo de este mapa mediático, mucho más que lo que revela puntualmente a través de cada episodio y su tratamiento, pasa por una renovada demostración: todos, invariablemente, continúan corriendo detrás del oficialismo. De lo que hace y de lo que deja de hacer. De los entusiasmos y de los enconos que despierta. Cuando ocurre algo así, y sin que suponga perder reflejos de pensamiento crítico sino todo lo contrario, cabe el sentido figurado de que no hay mucho más que hablar. Al no disponer en el equipo de jugadores sobresalientes que las conviertan en acción política concreta, las críticas y denuncias, del tenor que fueren, carecen de base ejecutiva y transformadora. Seguramente, y apartando las chicanas en torno de la clase social a que pertenecen o de su imposibilidad para articular dos frases seguidas, eso explica que los centenares o pocos miles de gentes impulsados a cacerolear un ratito no sean capaces de encontrar una consigna unificadora. Bien al revés de lo sucedido en 2008, cuando “el campo” amalgamaba, hoy no tienen argumentos. Sólo el odio. Corean inconsistencias cuya hondura es la misma que la de manifestarse a favor de la felicidad.

Algunos lo hacen con cacerolas. Y otros desde los medios.